martes, 25 de septiembre de 2012

QUIEN ENTRA EN EL REINO


(Día 38)

Hace unos días comentamos sobre la diferencia que Jesús hizo entre “ver” el Reino, y “entrar” en el Reino.  Volveremos a mencionarlo, porque es crucial para entender el mensaje final del Sermón del Monte.

Jesús dijo que para VER el Reino es necesario nacer de nuevo. 
(Juan 3:3)  Respondió Jesús y le dijo: En verdad, en verdad te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios.

Nacer de nuevo es confesar y reconocer que Jesús es nuestro Salvador.
(1 Juan 5:1)  Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al Padre, ama al que ha nacido de El.

Pero para ENTRAR al Reino, se necesita de algo más.
(Juan 3:5-6)  Jesús respondió: En verdad, en verdad te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios.  (6)  Lo que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.

Nacer del agua y del espíritu implica una transformación de vida.  Luego de reconocer a Jesús como Salvador, también debemos reconocerlo como Señor.  Esto significa que haremos lo que Él manda. 

Jesús dijo al final del Sermón:
(Mateo 7:21)  No todo el que me dice: "Señor, Señor", entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. 

Entrar al Reino implica hacer las cosas como Dios manda.  Todo Reino tiene leyes y normas.  Si uno no las cumple, puede terminar en prisión o en el exilio.  Lo mismo es con el Reino de Dios.  Luego de salvarnos, el Señor nos abre las puertas de Su Reino.  Él espera que le reconozcamos como Rey y que nos sometamos a Su orden. 

Lamentablemente, mucha gente se engaña a sí misma creyendo que está viviendo en el Reino sólo porque hizo la confesión de fe o porque va a la iglesia los domingos y hace prácticas religiosas.  Pero si no transforman su vida ni viven según las leyes del Reino, entonces aún no han “entrado” en el Reino. 
Por eso Jesús dijo lo siguiente:
(Mateo 7:22-23)  Muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?"  (23)  Y entonces les declararé: "Jamás os conocí; apartaos de mí, los que practicáis iniquidad."

La palabra que se traduce como “iniquidad”, en griego es: Anomia, que literalmente significa: “sin ley, sin Torá” (A—sin; Nomos—ley escrita).

(Tito 1:16)  Profesan conocer a Dios, pero con sus hechos lo niegan, siendo abominables y desobedientes e inútiles para cualquier obra buena.

En la línea del mensaje de Jesús, Pablo escribió lo siguiente:
(2 Timoteo 2:15-16,19)  Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad.  (16)  Evita las palabrerías vacías y profanas, porque los dados a ellas, conducirán más y más a la impiedad, … (19)  No obstante, el sólido fundamento de Dios permanece firme, teniendo este sello: El Señor conoce a los que son suyos, y: Que se aparte de la iniquidad todo aquel que menciona el nombre del Señor.

En el Reino de Dios no basta con oir la Palabra, sino se espera que la actuemos y la vivamos.
(Santiago 1:21-22)  Por lo cual, desechando toda inmundicia y todo resto de malicia, recibid con humildad la palabra implantada, que es poderosa para salvar vuestras almas.  (22)  Sed hacedores de la palabra y no solamente oidores que se engañan a sí mismos.

Mañana leeremos una parábola que Jesús contó para ilustrar este mensaje…


ORACION
Mis ojos espirituales fueron abiertos al creer en Ti, Jesús. He visto el Reino, pero ahora quiero entrar en Él.  No quiero quedarme fuera de tan grande bendición.  Dios mío, quiero llamarte “Señor” no sólo del diente al labio sino de verdad.  Quiero llamarte Señor porque te he reconocido como el Rey de mi vida, a quien tengo que someterme y a quien obedeceré.  Quiero vivir Tu Reino, y no sólo saber de Él.  Quiero ser hacedor de Tu Palabra, y no sólo oidor. 

Señor, hoy me propongo a desechar toda inmundicia y malicia, y me preparo a recibir con humildad Tu Palabra, que es poderosa para sanarnos y hacernos completos.  Guíame por tu camino.   Deseo conducirme honradamente en todo, y ser apto en toda obra buena para hacer Tu voluntad.  Obra en mi vida lo que es agradable para Ti.  Y a Dios sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

[Santiago 1:21-22; Hebreos 13:18-21]

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